Acercándonos al nacimiento de la Investigación Operativa, es conveniente fijar algunas ideas antes de comenzar el relato de los hechos concretos que originaron esta disciplina.
En primer lugar, el origen de la Investigación Operativa tiene lugar en los albores de la Segunda Guerra Mundial, concretamente en Gran Bretaña, y surge para dar respuesta a un problema muy concreto: la defensa antiaérea de las islas, amenazadas por la Fuerza Aérea alemana.
Surge a partir de los trabajos desarrollados por un importante grupo de científicos e ingenieros, también preocupados por este mismo problema, y que dio como resultado la aparición del radar, de vital importancia en las actividades de alerta ante incursiones aéreas enemigas.
Para realizar las investigaciones relacionadas con la detección temprana de aeronaves, sí era posible encontrar personal cualificado que las desarrollase, sin embargo, en cierto momento de este desarrollo, aparece un nuevo tipo de modelos que analizar, caracterizados por la presencia de incertidumbre, y a los que estos investigadores no era capaz de dar repuesta con los procedimientos que estaban empleado de forma habitual en sus trabajos. En la búsqueda de nuevas técnicas y protocolos, además de personal preparado para estos nuevos retos, surge una caracterización especialmente importante de estos últimos, que aún sigue siendo seña de identidad de los investigadores operativos de hoy en día: Un investigador operativo debe estar preparado para investigar en cualquier contexto en el que surja un problema, con independencia de la naturaleza del mismo y por muy alejado que se encuentre de la propia disciplina de la Investigación Operativa. Sirva como ejemplo el caso del Profesor C. Gordon, un genetista que pasó de estudiar la cría de las moscas a desarrollar conceptos y procedimientos de vuelo y mantenimiento de aeronaves en esta época tan convulsa.
Una vez aproximados a este espacio y en este tiempo, hay que destacar el hecho de que prácticamente ningún punto de importancia estratégica de las Islas Británicas distaba lo suficiente del continente para considerarse a salvo de las incursiones aéreas alemanas. En el año 1933, podemos decir que la situación entre los dos contrincantes, Reino Unido y Alemania, era de equilibrio, y más concretamente, un equilibrio de mínimos. Por el lado alemán, la Fuerza Aérea alemana, Luftwaffe, no contaba con un potencial suficiente como para amenazar desde el aire a las Islas Británicas. Sin embargo, Hitler ya había dejado patente su determinación de crear una Luftwaffe que, como mínimo, tuviese la misma capacidad que las fuerzas aéreas francesa y británica juntas.
Por su parte, los británicos no disponían de un sistema de defensa antiaérea capaz por un lado de alertar con margen suficiente de una incursión aérea desde el continente y, llegado el caso, hacer frente a las aeronaves que llevan a cabo los ataques, ya que el centro de gravedad de sus Fuerzas Aéreas, la RAF, estaba constituida por bombarderos y no por cazas. Los británicos tampoco consideraban políticamente conveniente el despliegue de puntos avanzados de alerta fuera de las Islas. A partir de este momento, podemos considerar que tiene lugar una carrera dramática y vital contra el tiempo en busca de esa capacidad ofensiva por parte de los alemanes y defensiva por parte de los británicos. Este equilibrio fue rompiéndose, decantándose inicialmente del lado alemán, ya que mientras no existían razones que impidiesen el desarrollo de una Luftwaffe muy potente, los británicos sí se encontraron con problemas técnicos a los que no pudieron dar solución satisfactoria en varios años.
Durante el transcurso del año 1934, los alemanes siguen aumentando su poder aéreo. Sin embargo, los británicos seguían sin encontrar una solución efectiva a su problema de alerta aérea temprana. Además el segundo de sus problemas, el relacionado con su capacidad de defensa aire-aire se agudizaba por la escasa proporción de cazas en sus fuerzas aéreas. En diciembre de este año, la RAF estableció un Comité Científico para el estudio de la defensa aérea, presidido por Sir Henry Tizard, con el objetivo de “calibrar en qué medida los avances científicos y tecnológicos pueden ser empleados para mejorar los medios de defensa aérea contra los ataques enemigos”.
Sir Henry fue un químico e inventor, que dirigió el Imperial College. Además, contaba con el aprecio de las Fuerzas Armadas por su compromiso personal durante el desarrollo de la I Guerra Mundial. Este Comité centró sus estudios en la posibilidad de crear un arma capaz de actuar sin necesidad del tiempo de alerta temprana que requerían los cazas. Este arma, a la que denominaron “rayo de la muerte”, debía incapacitar o matar a los pilotos de las aeronaves atacantes o hacer que estas se volviesen inoperables. Para ello, el Comité contactó con un número importante de eminentes científicos e ingenieros. En 1935, entre estos científicos consultados se encuentra Robert (posteriormente Sir Robert) Watson-Watt.
Sir Robert era un ingeniero y físico. Inventor y profesor universitario, con antecedentes familiares en el terreno de los inventos, ya que su padre, James Watt fue el inventor de la máquina de vapor. Rechazó de plano trabajar en el desarrollo del “rayo de la muerte” propuesto por Sir Henry Tizard, pero trató de colaborar de alguna forma a dar solución a la defensa antiaérea de las Islas. Se dio cuenta de que con independencia del devenir del «rayo de la muerte«, lo que sí sería necesario era localizar su objetivo a fin de poder dirigirlo de forma precisa. Sir Robert informó al Comité científico que, aunque no podía dar respuesta a su requerimiento concreto, formaría un equipo que trabajaría en el desarrollo de un medio para localizar un avión en vuelo valiéndose de ondas de radio. El Comité científico consideró muy positiva la intención de Sir Robert
Los cálculos que Sir Robert obtuvo a partir de un sencillo experimentó convencieron a este Comité de la viabilidad del proyecto, de tal forma que no fue difícil obtener la autorización pertinente y el soporte económico necesario para el desarrollo de esta línea de investigación. Las primeras pruebas tuvieron lugar en mayo, en la costa Esta de las Islas Británicas, y solo un mes más tarde se consiguieron localizaciones de aeronaves conocidas en vuelo a 39 millas. No obstante, los equipos ensamblados aún resultaron impredecibles, tanto en alcance como en fiabilidad, aunque significaron un gran avance científico. Esto supuso el punto de partida de 3 ejercicios a gran escala que condujeron al diseño de lo que hoy conocemos como un sistema de radar. En este momento, 2 años después de la llegada de Hitler al poder, los británicos, por primera vez, pudieron tener esperanzas en encontrar solución al problema de la alerta temprana ante ataques aéreos.
1936 puede considerarse un año de transición. Se estableció la Estación de Investigación Bawdsey, en la costa Este, como centro de los trabajos de Sir Robert. Se mejoró notablemente la fiabilidad y el alcance de los nuevos equipos, alcanzando localizaciones a 100 millas. Se crea el Mando de Cazas de la Real Fuerza Aérea, que se hace cargo de la defensa aérea de Gran Bretaña, aunque seguía careciendo de cazas efectivos así como de sistemas de alerta temprana ante ataques aéreos. Por el contrario, los pilotos de la Luftwafe participaban en la Guerra Civil española, poniendo a prueba sus aviones y tácticas, al mismo tiempo que sus pilotos adquirían experiencia en este tipo de misiones.
Durante el año 1937 se desarrolla el primero de los 3 grandes ejercicios de defensa aérea. Dirigido desde la Estación de Investigación de Bawdsey, supone la puesta en marcha de la primera estación radar a nivel mundial plenamente operativa.
En la imagen anterior se muestra esta primera estación de radar, empleada en este ejercicio. Los datos obtenidos por este equipo fueron introducidos en el sistema de control y alerta temprana. En cuanto a los resultados del ejercicio, si bien fue muy alentador desde el punto de vista de la detección, los procesos de filtrado y transmisión de los datos obtenidos por el radar no fueron tan satisfactorios. Igualmente, en este contexto de defensa aérea, también resulto muy destacable la incorporación del caza tipo Hurricane a las RAF.
En julio de 1938 se desarrolla el segundo gran ejercicio de defensa antiaérea. El valor de este ejercicio se basa en la acción coordinada de 4 nuevas estaciones de radar desplegadas a lo largo de la costa. Se esperaba un gran resultado, pero no fue así. Este ejercicio reveló la presencia de un grave problema no detectado hasta ese momento: La necesidad de coordinación de la información obtenida de las distintas estaciones de radar, a menudo, contradictoria.
La inminencia de la guerra obligó a los británicos a contemplar algo nuevo, drástico si era necesario. Una nueva forma de aproximarse al problema.
A la finalización del ejercicio, los responsables de las investigaciones de la defensa antiaérea anunciaron que, aunque el ejercicio había demostrado la factibilidad técnica del sistema de estaciones de radar para la detección de aeronaves en vuelo, su éxito operacional se quedó muy corto respecto a los requerimientos y al logro técnico conseguido
Por ello, se propuso reconducir el trabajo que se estaba realizando de tal forma que la investigación se centrase en los aspectos operativos
-como contraposición a la investigación en los aspectos tecnológicos- y comenzar bajo esta nueva perspectiva de forma inmediata. Así, se acuño el término Investigación Operativa para definir la nueva aproximación a este problema en particular y a esta nueva forma de ciencia aplicada.
Dejamos para una tercera entrega el final de esta historia……